Monday, August 22, 2005

Rita

-Che ¿Te gusta esta música?-
-Claro, me gusta…-
-Es ésta quien canta -
Rita me entregaba la caja de un cassette. En la carátula un rostro en primer plano,
blanco y negro. Saqué el papel de adentro de la caja y lo abrí. Otras fotografías
también en blanco y negro de la mujer corriendo en dirección a la cámara. Escuchaba la canción. Fue inevitable asociar imágenes, timbre de voz, música y contenido de las canciones. El resultado fue sorprendente. Entonces y sólo para ratificar lo que suponía:
-Rita, ¿Quién compuso las canciones?
-La de la foto, flaco. Su apellido es “Rogers”
Al título de cada canción lo seguía la palabra “Rogers”. Vacío y vértigo en el cuerpo
apenas comparable al que sentí cuando escuché “-Si-” una noche de año nuevo en casa de los vecinos cuando la sobrina que estaba de vacaciones me dijo – Si- al tiempo que de manera muy natural en un segundo se ponía de pie para bailar conmigo; -Si- conmigo con quien nunca había hablado; -Si- conmigo que esas vacaciones permanecí más tiempo fuera de la casa solo para verla pasar; -Si- conmigo que las primeras dos horas del año ochenta y ocho las había vivido sólo para planear ese minúsculo acto de por primera vez invitar a bailar. Ahora, de nuevo, el vacío y el vértigo ante “Rogers” que me miraba en blanco y negro desde la caja de un cassette. Por fin reunidas las piezas justas del rompecabezas de lo que yo exactamente imaginaba como “un rostro hermoso”. Un bluejean desgastado y una camiseta blanca bastaban pera evidenciar la cadencia y la voluptuosidad
de su cuerpo en movimiento congelado para siempre por el clic del disparador. El timbre de su voz y esa manera de pronunciar palabras mezcla de carácter y sensualidad. Entre cada frase de cada canción compuesta iba descubriendo a una “Rogers” sensible, con un inmenso amor por la vida prendido sólo de aquello que es simple pero esencial. De inmediato pensé en hacerme fiel seguidor de “Rogers”, comprar sus discos y por qué no, conocerla. También de inmediato deseché esa idea. El seguidor está condenado al sino trágico del imposible, de lo platónico. Yo en cambio, la quería. La quería para encontrarla y envejecer juntos.
La música sonaba y le daba más fuerza a la maquinación. Creo que el trance se me notó demasiado pues Rita puso su mano en mi brazo, cerca de la muñeca.
-Shoy llo, flaco-
-Ah!..¿Cómo? ¿Qué dices?-
-Mirame- Entonces dirigí la mirada de “Rogers” a Rita
- Que shoy llo. La de la foto que vos tenés en las manos shoy llo. Lo que pasa, che, es que no me has cogido en los buenos tiempos-
Primero fue el pudor por sentirme descubierto. Después la tristeza y el reconocimiento de la pequeñez del ser humano ante el destino, el tiempo y su pasos por el cuerpo. De la Rita Rogers frente a mí me separaba una mesa y de la Rita Rogers entre mis manos veinticinco años. A pesar de lo absurdo que podía ser, pensé: “Si al menos tuviera hijas”. Fueron los gatos (llegó a tener cuanta y nueve), los perros (fueron dieciocho al mismo tiempo que los cuarenta y nueve gatos) y una casa enorme venida a menos en el Barrio La Candelaria del centro histórico de Bogotá, los testigos y compañeros a la llegada del blanco en la cabeza, al descenso de las carnes por cansancio y gravedad, a la lectura frente al espejo de las primeras líneas escritas por el tiempo. Desde sus ojos alcancé a ver a la Rita a quien este encuentro no era un desafortunado desfase histórico, a quien le sobraba el cuerpo. Era Rita sin tiempo, eterna…y comenzó a cantar, a seguir al reproductor de cassettes en la cocina. Era una canción ininteligible compuesta por fonemas con modulaciones particulares que no correspondían a ningún idioma y que me conmovía. Rita se puso de pie e inició la danza. La cocina se inundó con su voz
y sus movimientos eran una brisa suave, acariciaban. Yo continuaba sentado, apoyado en el mesón, con la caja del cassette aun entre las manos. Los gatos saltaban, se arqueaban y pasaban rozándolo todo, los perros aullaban y se arremolinaban entre las patas de la silla. Los muros de la cocina se desvanecieron y desde la memoria, el recuerdo y la nostalgia comenzaron a llegar las emociones. Tantos abrazos que me han crispado la piel, tantas carcajadas abiertas, tantos instantes construidos con otros, con otras historias, a veces mínimos momentos pero infaltables a la hora de definir quien soy. Pero no llegaban en fila, en serie. No. Todas, todos al unísono fueron presente. Sin tiempo ni espacio, sin palabras, sin secuencia, sin consecuencia. Simplemente ahí. …y una leve, pequeña humedad en la cuenca caía desde el cielo. Desde ese día tengo una noción de él.
Y Rita continuaba bailando, cantando…yo la observaba y la amaba.
A partir del próximo escrito dedicaré unas líneas (sin transgredir el máximo total de
las dos cuartillas) a la metafórica idea de reunir de a tres en tres a ustedes y a otros
que hacen el cielo. Procuraré en esos tres, las distancias en tiempo, en kilómetros, en
culturas, en lenguas para hacer más evidentes los sin fronteras. Quizá y a lo mejor
muchos se encuentren antes.
Santiago
Desde Grenoble, Francia el 22 de Agosto de 2004


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